Cuando
las bicicletas de paseo no tenían
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Aprendí a ir en bicicleta entre finales de los 60 y
principios de los años 70 en Mirambel, Maestrazgo Turolense. Fue en verano,
durante las vacaciones escolares.
Durante todo el año en casa, yo con mis hermanos hacíamos
“guardiola”, es decir, recoger dinero
de la venda de botellas de champán (la denominación de cava no existía), de
papel de periódico y cartones que nos facilitaban vecinos de la finca donde vivíamos.
También recogíamos los aguinaldos que sacábamos de recitar “nadales” durante
las comidas navideñas.
Y cuando se acercaba el final del curso escolar, agrupábamos
el dinero de la hucha y con una “subvención” de los progenitores adquiríamos
una bicicleta para algún miembro menor de edad de la unidad familiar.
Ese verano me tocó a mí, al mediado, siendo así una
bicicleta Orbea.
La bicicleta en cuestión era muy parecida al modelo de la
fotografía, todavía la conservo en mejores condiciones que la mostrada. Sin
cambios de marchas, ni plato ni piñones y subías por los “planos
inclinados” a base de un buen bocadillo
de longaniza, de sobrasada o de bollo que habían horneado aquella misma tarde. En
definitiva… a “fuerza bruta”.
Esta mañana he salido a pasear un rato por el parque que
tenemos cerca de casa. Hacía mucho tiempo que no usaba la bicicleta y como
consecuencia no me acordaba de cómo hacer servir la relación de plato y piñón, según
en que “plano” te encuentres. Después de varios intentos y no salirme con el
cambio de marchas… he acabado por utilizar “la fuerza bruta” para llegar a casa.
Sin bocadillo de longaniza, de sobrasada o un bollo… un café con leche mojando
cuatro galletas.
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